Los trastornos que agitan a la opinión, las guerras que sacuden a las naciones, son solo episodios.
Las reformas parciales no lograran cambiar todos esos accidentes.
Cambiar a los hombres seria una decepción si no se acompañara de una labor a fondo sobre las almas, de una transformación básica de lo que es nuestro tiempo.
Todos los escándalos, la quiebra de la honradez y del honor, el impudor de impunidad, la pasión del dinero que atropella todas las conveniencias y la dignidad, y el respeto de si mismos, la inmoralidad inconsciente, todo esto, descubre el mal que reclama remedios profundos.
No se roba, ni se miente, ni se falsean las leyes morales y las del código, de repente; de repente no se aprende a ser hipócrita, a no hablar mas que reticencias, a mentir con palabras virtuosas.
Esta deformación de las conciencias, que nos escandaliza y nos aterra, es el final de una larga decadencia de las virtudes humanas. Es el final de la pasión del oro, de la voluntad de ser rico, sea como sea, del frenesí por los honores, del materialismo espantoso de nuestro tiempo, del apetito inmediato por lo sensible y lo palpable, del egoísmo monstruoso, de la lucha por la propia convivencia que ha corrompido a los hombres y, a través de ellos, a las instituciones.
El mundo se preocupa cada día mas por las alegrías banales, por la comodidad, por la riqueza. El mundo esta como agazapado en acecho, para guardar y ganar todo lo que pueda. Cada cual vive solo para si, se deja dominar en el hogar y en la vida nacional por ese egoísmo constante que ha convertido a los hombres en lobos llenos de odio y de codicia.
No podremos salir de esta decadencia mas que por enorme resurgimiento moral, enseñando a los hombres a amar, a sacrificarse, a luchar y morir por un ideal superior.
En un siglo, en el que no se vive mas que para si, se necesitan centenares, millares de hombres, que no vivan para ellos sino por un ideal colectivo, aceptando de antemano todos los sacrificios, todas las humillaciones y todos los heroísmo.
Solo cuenta la fe, la ardorosa confianza, la ausencia completa de egoísmo y de individualismo, la tensión del ser. de todo el ser. Para servir, por ingrato que esto sea; para servir, no importa donde ni como, a la gran causa que sobrepasa la conveniencia del hombre, porque lo pide todo y no le promete nada.
Solo cuenta la calidad del alma, la vibración, el don total, la voluntad de colocar por encima de todo un ideal, con el más absoluto desinterés.
Se acerca la hora en que será necesario, para salvar al mundo, un puñado de héroes que emprendan su reconquista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario